“Honor y Dolor”

Sir Gregory había recibido ese último lance en su contra sin poder evitarlo. En la justa, el populacho gritaba con fervor el nombre de Sir Antoine, el caballero francés que había acudido hasta allí para disputar el torneo al igual que él y que había conseguido un jugoso punto que le colocaba por delante de la puntuación.

Los escuderos se acercaron apresuradamente mientras Gregory maldecía haber agradecido la soleada y cálida mañana de primavera que el cielo les otorgaba. El sol irradiaba tanto que el reflejo del mismo lo desestabilizó y acabó perdiendo su lanza intacta. Posó una mano en el estómago dolorido, mientras Peter, uno de sus mas jóvenes escuderos recogía en el centro de la arena el arma.

El juez  ya preparó la bandera para dar comienzo a la última cabalgada cuando Sir Antoine comenzó a galopar lanza en ristre. Un par de puñetazos sirvieron para que la armadura recuperase su forma original-lucía un buen abollado- y comenzó, sin lanza, su cabalgadura hacia su contrincante, arrebatándole ésta a su escudero y la colocó firmemente bajo su hombro, apuntando directamente hacia el franco. Sir Gregory sólo tenía una opción; derribar al francés o perder todo lo que había conseguido hasta ese momento.

Ambas lanzas impactaron en sus objetivos y una lluvia de astillas se expandió en el aire. Sir Gregory había recibido la lanzada en la cabeza, notando como la nariz quedaba un poco mas achatada de lo que ya estaba.

Confundido y casi abandonando el sentido, se inclinó hacia delante apoyando el yelmo en la cabeza de su corcel. Escuchaba el jolgorio nuevamente, mas pesado y fuerte que antes, pero no veía nada; su vista era nublada y blanquecina como la niebla mas espesa. Sintió varias manos bajándole del caballo y tuvo que apoyarse en un hombro para no desfallecer cuando tocó tierra.

La luz cegó nuevamente los ojos del caballero tras haberse retirado el yelmo atascado, viendo ahora como Sir Antoine se levantaba del suelo a tientas pues había sido derribado. El gentío bramaba ahora su nombre estallando en un jolgorio que invadió hasta los albores del mundo. Ni el mayor dolor del mundo sació el sentimiento de orgullo que Sir Gregory sintió aquella mañana tras haber concluido la justa con éxito, y por ello su honor quedó intacto.

Antonio Suárez

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