A esta orilla del cielo en que las nubes se alzan rezagadas como caballos de humo, a velocidad de aliento moviéndose, tropezando con el pulcro y lavado azul, casi cúpula de Santorini;  a esta orilla vienen, ventana de nubes, con su asociación libre de imágenes a construir su trama.  Yo las miro cómo se levantan, hercúleas unas e ínfimas otras, en la planicie iluminada del cielo.  Alzo el corazón dentro de su caja de pecho, hermanando los latidos con los luceros ocultos.  Quema la luz que llega a los entresuelos, a los patios que dormitan en la umbría la mayor parte del día, cuando todo emana desde arriba e interceden las nubes, entonces la luz cubre tímida los rincones, las palabras no dichas desde la oscuridad … Los sueños que tengo son afines a las nubes, formas de memoria fragmentaria que van de un lado a otro, nómadas en busca de un saber que se desvanece de sentido, surcando las alturas como pájaros …  Y si hasta aquí el día ha sido jubiloso con un mediodía de luz hierática y brillante, se interponen ahora estos algodones empapando la mirada, cerrando la herida que se abre por la ausencia.  Sois montaña nívea donde el infinito se teje, donde la calma regresa y todo se acomoda a la mirada de la evocación, y flotan los días de color y los afligidos;  los avisto como nubes, y pasan por mi ventana devolviéndome el presente.

 

Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)

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