El invierno del Dios

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Una aldea en las montañas, Tovrnask, yace entre la espesa nieve celebrando los primeros días del Yule; la festividad del sacrificio a las buenas cosechas y la abundancia es gritada en el gran salón al ritmo de buena cerveza, comida copiosa y cánticos antiguos. Todo el mundo vive feliz el momento. Todos excepto el joven Erik.

-¡Skrig!¡Erik Skrig!-Espetó Gugnar, su tío, con brusquedad desde el otro lado de la mesa- ¡Ve a por más hidromiel en la despensa del Conde. ¡Rápido!.

Hastiado de las órdenes de un viejo metomentodo y terco, de mala gana caminó entre la gente que danzaba en el centro del salón, bajo atenta mirada de su tío.

-Tiene el carácter de Wulfvair, Gugnar. Es un muchacho vivo. -Dijo el Conde Asgeir.

El camino de huellas en la nieve llegó al establo que hacía las veces de despensa real. Erik  mientras amontonaba barricas en el trineo y arrastrarlo hacia la puerta, topó su vista con unas finas y desnudas piernas. Una muchacha no mayor que él, de cabello rubio platino, piel muy pálida, labios amoratados y ojos de una tonalidad verde muy sobrenatural lo observaba temblando.

-¡Pero qu…!¿Quién eres?- Murmuró Erik, tenso.

-…Helga.- Musitó aquella aparición.

 

Antonio Suárez

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