Viaje a diciembre

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Vertical el árbol, como la arboleda …  La luz de diciembre habita más en la raíz profunda que en la rama visible y ligera que otea el paisaje. Engorda en las tardes la oscuridad y desnutre, como un vegetal sin hojas, el ánimo. Músculo de umbría la luz, diciembre tobillo roto por no alcanzar la claridad de los cielos.

Los días de diciembre cada vez más estrechos, desapacibles. Cuando miro la luz primera viene ya caducada, en envoltorio de horneado mazapán. Apenas el cielo puede respirar entre las ramas, y una pequeña porción de color azul queda como un pañuelo levantado despidiéndose por el aire, y oscurece como una mano metida en el fango. Con un golpecito llama la noche tras la puerta de la tarde, y entra, ella anfitriona, la oscuridad, prolongándose en la estancia de los sentimientos, acomodándose como lo hace en la brisa el ala del ave. Y de forma brusca se instala, como un cuervo en la región del corazón.

Diciembre trae la luz de los cuerpos huecos, la hojalata que se despoja de su estaño y llega al óxido con si fuera una isla de soledad, un aullido de sed de claror.  Al abrigo del invierno, qué nos depara cuando las noches son frías y desalmadas, cuando los cerros y tesos reflejan la soledad de la frialdad. Buscamos el fulgor, la lumbre que ilumina el oscuro zaguán. El viento huele a invierno, las ramas se mecen como alas atadas, todo se predispone para que los días ayunen de luz.

                                                   Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)

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