Destila la viña del día oro que aguarda la tierra de modo sediento. Los párpados dejan sus ojos al descubierto, para que entre por sus ventanales la luz como un mosto, una pulpa con destino de agua y minerales y riegue todo el oscuro vacío como el interior de un sótano. Semejante a una sortija se ciñe en el horizonte el sol, dichoso dedo que se inflama de luz y de hollejos que arrastran el aroma de la tierra abierta y del mar, éste, igual a un sonámbulo que se levanta y acerca al viñedo para reclinarse y aspirar la claridad que traslada a la espuma indómita de las olas. Imitando la vida, ante tanta hermosura de inalcanzables cimas, persigo el aliento que dan los días, averiguo las verdes estancias que da estar cerca de la naturaleza, al unísono miro las nubes que llevan al júbilo, a la alegría, a los colores que se deshacen y transforman en señales que me conceden la alta estima de estar vivo.
Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo).