Un día de grises nubes.

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No malgastemos el día encerrados entre cuatro paredes, no somos de un arcón el objeto desnutrido y olvidado de su dueño. El cielo nos da la propina del gris, de la nube texturada y sus intensidades que ruedan igual que colores de un caleidoscopio entre grises intermedios y oscuros y blancos de casulla litúrgica. Adentrémonos en la mañana, en la tarde, consumamos este fragmento de otoño en la mano de mayo, en la patena de estas horas doradas que, como fuego de lenguas oxidadas, nos son dadas para quemarnos ciegamente y desde este lado de la observación vaciarnos en lo que no somos , apuremos este aire de cristal que nos pone los poros de la piel abiertos como volcanes de emoción. Todo parece agitado, incluso ciertas nubes se tornan rojizas sobre la umbría de los árboles en un ademán de seducir a la tierra. Solloza el paisaje en una estampa donde algunos tramos aparecen desenfocados, pero nada importa si el corazón apunta bien su dirección y los pasos nos llevan donde queremos.

 

Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)

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