Cada día que pasa es un bosque nuevo, cada bosque un laberinto. No hay minotauros, tampoco hilo que ayude a regresar. Los días se suceden como bosques en los que hay claros, estancias de luz, tinieblas y voces balbucientes predominando como una verdad. Este bosque tiene comas y puntos que bien sabe poner el mirlo cuando aparece y desaparece, texto sonoro y visual que se compone de la oscura e inescrutable tinta de su plumaje. La luz entra en la fronda indescifrable, sin lenguaje, a veces formando una claraboya de luminosidad en las alturas de la arboleda, en otras se introduce en finas láminas o aristas hasta tocar la hojarasca y perderse mineral bajo la tierra, y no falta el momento en que la luz deposita en el costado de los troncos su cadáver de mediodía y los ilumina dándoles una hermosura inexplicable. No sé el motivo, pero cuando me adentro en el bosque los árboles se presencian y susurran el resto del bosque que no alcanzo a ver. Y es así que la ausencia se estructura para mostrarse por medio del conocimiento de lo inmediato.
Bajo tanta umbría, buscan los sentidos un remanso de luz, luz parecida a los huesos, al orden o arquitectura del día, que nos traduce una realidad impalpable, solo asida por lo que no halla palabra acertada o juicio aproximado. Me habita un ramal de sangre que fluye como el temblor de una ardilla acompasada al aire que respiro. Escucho sombras y veo el sonido de las cigarras donde se prolonga la existencia. Cómo interpretar el vuelo del pájaro que no veo, la huella que deja a su paso como arado que abre surco en el cielo similar a un estómago abierto del que penden algodones para supurar la incertidumbre. A veces, el aire se detiene y el bosque, entonces, parece agua de un estanque, y se produce el hallazgo no buscado, el instante regalado de la verdad que viene a nuestro encuentro, donde vida y conocimiento son de un árbol el mismo tronco.
Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)
Citas: «El bosque huye de los ojos» Ortega y Gasset
«No hay que buscar» María Zambrano
