Como los vientos que traen y desplazan nubes, temperamentos y estaciones, desciende el otoño por el camino de septiembre. Es la luz que deja de oprimir y limpia el cielo de frutos estivales, cuando templanza recuperan los colores y los días dan zancadas cada vez más atléticas hacia el crepúsculo. Los pájaros espacian su canto mientras nubes intermitentes, grises y blancas, detienen de la luminosidad el pulso. Los tonos verdes levantan vuelo, mezclan corporeidad con sombras que aguardan como amantes, desde la quietud del pino, el temblor, el temblor de labios tintos. Qué amable la esfera, la esfera que todo lo envuelve en su abrazo de emociones circulares, y que empuja a ser del mundo porque el aire que respira tiene alas que rozan la luz verde de los pinos. Miro la estancia de la duna cómo levanta su cuerpo granítico en pequeñas partículas de arena y es solo tiempo que deslíe juventud. El otoño se imprime en la tarde, en el olor a piña abierta, en los mansos troncos que sostienen el pinar y a su vez el cielo, que cuelga de las alturas como un cuadro de Sisley.

Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)

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