En desuso queda el día.  El mar se apaga, ya vena verde que se desinfla como  globo en el intestino del horizonte.  En el cielo un ave anuncia su figura, y ejercita sus alas, del aire aprendices.  Los colores que mantenían la llama de la tarde descubren de la claridad la ausencia, y se entremezclan con sombras y alas de tizne que dibujarán la noche inmediata, aprendiendo el lenguaje de la penumbra, embarcándose en un punto de cambio desconocido, de aliento cambiante y respiración entrecortada que cicatriza en el silencio, en la piedra del cielo, en la franja líquida del mar, en la apagada orilla de arena que se hace densa y rugosa oscuridad.  ¿Quién queda en las sobras del día, en el ombligo breve de la última luz sino unos pasos apresurados y salpicados por el agua de las olas?  Unas siluetas se adentran irrepetiblemente en el tránsito de estos momentos.  Un olor a azahar aparece ahora, inaplazable abril , cuando la noche está a punto de presenciarse, una naranja crepuscular ha exprimido su hiel, mientras el ave en sus alas el misterio recoge  que el instante siembra.

 

Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)

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