Un cántaro con agujeros

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Una lengua de luz rebaña dorada la superficie del mar. Se tensa su tono como cuerda de violín por donde pasan momentos con la desesperación de no regresar. Imita la tarde la batalla de todos los días, y se inicia una tregua para estas palabras, que se deslizan entre penumbras y oros, que se acunan dormitando como la piel en la mano. En el aire se teje el silencio de las palabras no dichas, mientras las siluetas, estacas de sombra y risueñas, alzan signos que interpreta el ave desde las alturas. ¿Qué dicen?, ¿qué dicen esas siluetas que solo Tiresias sabe leer de las aves?  Me conformo en que la tarde no se agote en su verdad, sino que poniendo su cuerpo en el flujo firme de los instantes, nos dé un fragmento de esperanza, un cántaro con  agujeros donde  poder beber de ella.

Voces se oyen cerrando la tarde, voces no adultas que se filtran en la arena y en el agua y se dispersan perdiendo su intensidad, evaporándose y dejando de existir como lo hace el ala en el cielo, cuando su vuelo se acaba nada más se tizna la tarde.  Los cuerpos mantienen su estancia en el agua, se arropan con la oscuridad y el silencio y la tibieza del mar.  Voces desaparecidas dejando un hueco a lo infinito, un hueco a la llave de una nueva luz, otro día, otras siluetas, otras aves y otras voces habitando la playa, renovando la esperanza.

 

Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)

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