Esta tarde que contemplamos se pierde, pero hacemos el gran esfuerzo de detenerla. Anclamos los ojos en el horizonte, en la línea que divide cielo y mar. Allí donde el alma se extravía porque los sentidos no abarcan más geografía. Sabemos que aquello que perdemos no lo poseemos, nunca será nuestro. Realmente nada de esta vida es nuestro. ¿Qué es lo que verdaderamente tenemos? Esta tarde hemos dicho vamos a contemplar, a ver cómo la tarde se aciaga, cómo sus colores revolotean y se ciernen en una única oscuridad. Esta calma, aquí sentados en la terraza, frente al mar como lienzo a punto de pintar por la fugacidad, se va transformando como vena en la carne, como río que abre arterias sin detenerse. Y, sin embargo, hay un lugar de la ribera, este sosegado promontorio, donde somos esperando flores de mayo, noche de calma que susurra las entrañas.
Qué bien se está aquí, construyendo el instante. ¿Es detenible el instante? ¿Se puede poseer el instante? Este se pierde. Mira la luz que parece intensa, oro en los ojos, llama sin sentencia, se corrompe, descubrimos su viaje perecedero. Vemos la dicha que entra como pájaro en su rama, y su canto parece el puente hacia la claridad, pero la vemos volar y, el afán de sus alas que se crece en el recuerdo, se malogra cuando el tiempo despierta como un dios enojado. La tarde es tiempo y parece que siempre hemos estado aquí, todo pasa por este punto de momento, un punto es el resumen, todo para venir aquí, este esfuerzo de recorrer la vida, el volumen de días que se acumula para que su propio peso contenga la premura de la tarde.
Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)