Las Huellas salpican la nieve de la montaña. Un oso, de color negro azabache olisquea matorrales congelados. Lento y decidido, camina entre los árboles escuchando el frío viento chocar en las hojas que ceden al invierno, un crudo invierno que oculta el horizonte bajo una capa de blanca y espesa nieve cayendo del cielo.
De pronto algo cambia; la ventisca deja de silbar y el atardecer se queda con el sol entre nubes grises, iluminando las sombras que cada vez van haciéndose más y más largas. Unos matojos se revuelven casi en silencio, mientras el oso pasea con aparente tranquilidad.
La oscuridad poco a poco se va cerniendo alrededor de la fiera negra, que aprovecha la calma para afilar sus garras en uno de los árboles. Algo emerge entre la hierba, algo que zigzaguea y se oculta tras las sombras y poco a poco se acerca a su presa. La fiera, ignorando el acecho, continúa su camino al valle que se abre ante sus ojos. Con rápida carrera, el ser oculto se muestra a la luz y ataca con la fiereza de un pequeño osezno que solo simula cazar con su madre. Madre que sigue su juego y protege del frío cuando éste cae rendido en la noche, presa del agotado paseo.
Antonio Suárez