Yo los vi. Los arrecifes de plata, la hora en que el sol cercó los veleros sobre la irisada superficie de las aguas, la línea del horizonte en parte quemada por una luz cenital. Desde la altura, la música honda e íntima del cielo vino por el aire transparente, sin lindes, sin fronteras que amenazacen la dicha del día. Dejad que el corazón flote como el velero lejos de la muerte, agarrado a la sal del mar, aferrado a la luz marina que no ansía orilla a la que llegar. Dejad que las horas sean eternas, que la mirada escale los médanos del cielo y traspase la más alta esfera hallando la primera sensación perdida, el primer murmullo de ave nacido del viento, la primera nota de llanto agarrado a la tierra. La mirada se hace pájaro y levanta el vuelo rodeado de celeste cristal y abraza la calidez del día como el mejor refugio.
Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo).