En el aire salado de la tarde, cuando el corazón del hombre se eleva en la contemplación y la hora es semilla dispersa sin más espíritu que mantener la serenidad del curso de la jornada, brota en el horizonte el crepúsculo. Y lo que era alegría, brillo en el valle de la luz y un constante pulso de luces y sombras, se torna en comprensión, diálogo con el sentido ordenado de las estaciones, de las horas y su camino hacia el cambio, donde la ambición del hombre es decididamente la calma mientras el viento corona lo amado por los ojos … La silueta demarca la ribera, sobresale sobre la estela plateada del río, y vive con intensidad esa luz que vino de lo alto y que ahora se atesora como un latido en el brazo extendido de la pinada para desaparecer. La claridad se consuma, un hilo luminoso parece en un instante inmortalizarse, son los ojos de quien mira el que arrastra el momento, no por temor a la noche, que es inmediata, sino porque el momento va quedando en su verdad.
Autor: José Luis Navarro Vallejos (@Sesgo)