Acojo este camino con la misma entereza que el ave enmarca su vuelo en el cielo; si no tuviera ámbito sobre la tierra, donde explayar sus alas, qué pobre su sentido si lo que le da más libertad, no tiene uso. Rebose la humildad lo íntimo, quede la soberbia en la cabeza: un camino no tiene que ser notado en su recorrido, las alas solo deben rozar el aire que las posibilita sin más ruido que el propio aleteo vencedor de su desidia. Como texto para ser leído, este paisaje quiere darse en el entendimiento. Este entorno se arrima a los sentidos en su aislado misterio, y es el cauce de las palabras quien lo lleva a la lucidez. Los caminos nos ofrecen significados adheridos que trasladamos al ánimo. En muchas ocasiones, me demoro aquí a presenciar cómo se deshila la tarde, cómo labora la costurera del tiempo el tambor del presente. El silencio se prolonga hasta que tropieza con un frondoso árbol, árbol de multitudinarios pájaros del instante. La sierra aguarda lejana, breve y minúscula y no se acobarda porque la noche se anuncie como sepulturero del día. Arrastra el sol dorados y anaranjados visos, que fueron transparentes notas azules de color en el alto cielo al mediodía y dinámico matiz cerúleo en el declive del río, donde se reflejaba, o vespertino cobalto en la cúpula que patenta las tardes sobre las vistas de un mar espeso y azul que manosea la costa limítrofe. Oculta el sol bajo el horizonte su volumen igual que el ánade lo hace bajo el agua quieta y enmudecida, fecunda en una tristeza verde oscura, y es así que la tarde ofrece lo que ama, mientras se multiplica la noche en su aparición. Cada camino es un hombre que lo recorre, los hombres tienen su propio camino como las ligeras aves su rama a donde volver tras el vuelo.

Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)

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