Desde el interior del boscaje, como vientre donde todo se principia, penumbra callada y coronada de luz, de luz transversal o vertical, sale un canto que esclarece de su velo de oscuridad las cosas. Los silbos provienen de ramas escondidas y limpian de acero el aire como de opacidad lo hace la luz de la mañana. Observo que el silencio que precede a los cantos fue patria estéril como cuando desaparecen. Y no es lugar inhóspito el silencio, pero es tan extraño y carente de existencia que parece que han echado raíces palabras con sudario. El canto está lleno de presente, y con atención persigo el lugar de donde nace, pero se hace lejano, máscara habitual del disimulo, bifurca los sentidos porque nada se sabe del lugar exacto sino una orientación que persiguen oídos y ojos afanosos, trastornados de tanta búsqueda. Se acercan la mañana, el mediodía, la tarde, cada estación del día con su ego, su argumento de luz sin palabra, mas el canto persiste en su intención de ser notado, y musculoso se abre paso entre la espesura distorsionada de los árboles, y desea ser hallado por los sentidos de quien observa. Nada se reconoce si no por el veloz trino que corretea y lava la ignorancia de lo no nombrado. Árboles elevados como grito de la tierra al cielo, árboles como dígitos intentando tocar estrellas tras el firmamento escondidas … Cada pulso late y crece con ese canto hasta que la luz declina ante la verdura que oscurece, luz que se apaga bajo la arena igual que el rescoldo dormita menudo sobre la ceniza. Solo polvo y viento se presagia.
Texto y Foto: Jose Luis Navarro Vallejo (@sesgo)