Es mejor que sentir y escuchar.
Era una cálida tarde de primavera. Yo, como cada día, iba al parque; era mi lugar preferido para descansar.
Me encantaba sentir los cálidos rayos del sol chocando en mi delicado rostro, la brisa rozando mi cabello y mi vestido de seda, escuchar el sonido de las hojas, las aves e insectos pasando cerca de mí. Sé que poca gente le presta atención a estos detalles, pero a mí me hacen sentirme viva.
Nunca pasaba nadie por ahí, hasta que un día un chico me habló. Tenía una voz muy dulce. Se acercó y me dijo su nombre; yo le dije el mío. Desde entonces comenzamos a hablar y a conocernos cada día, cada semana, cada mes. Él era maravilloso.
Una mañana de invierno me llevó a un lugar especial, un lugar que cambiaría mi vida por completo.
Notaba los diminutos y helados copos de nieve cayendo en mi rostro y su cálida mano agarrando la mía.
Me llevó a una especie de columpio en el que cada vez nos impulsábamos más y más alto; realmente sentía que podía volar. Era una maravillosa sensación de libertad
Cuando ya íbamos a bajar, me resbalé y caí al suelo. Fue un golpe tan fuerte que por alguna mágica razón me hizo recuperar la vista.
Pude ver los árboles, la nieve, a las personas, el cielo del que tantas veces oí hablar, que tantas veces quise ver. Y al fin, por primera vez, pude ver al amor de mi vida. Aquel chico que estaba sosteniendo mi cabeza, el que ha estado ayudándome y apoyándome siempre, a pesar de que fuese ciega.
Me siento tan afortunada de poder ver … Es lo mejor que me ha podido pasar en esta vida.
Texto y dibujo: de María Isabel D ́Alessandro Llantén
4º Eso B IES nº 1 Libertas de Torrevieja.