Buscando la luz

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Hoy se ha acampanado el aire en la alta parte de los pinos, ha buscado su rincón propicio, agitando ramas y desterrando hojas aciculares que componían el suelo que yo pisaba.  Nada es igual a lo que ocurría en otros tiempos, en los que mis pies se sujetaban sobre terreno arenoso en el que se sustenta esta pinada.  Por allá, en los días en los que uno era pantalón corto o melena desarraigada o la suma de ambiciones sin término, la luz se fijaba en mí, dibujaba su tono evangélico, de palma de Domingo de Ramos, sobre el rostro, y yo huía hacia las sombras, buscando hospitalidad infalible cerca de árboles que inflaban cercos de umbría protectora. Dominara la luz, la sombra, el aire, eran extraños acontecimientos que uno advertía sin tamaña atención.  Hay edades donde los detalles que confeccionan el escenario cotidiano de los días pasan desapercibidos, como elementos pesados de un discurso o entrañas demasiado ocultas para ver con ojos de la superficie.  Hoy soy yo quien busca la luz, ama las sombras con dosis estacionales y disfruta del aire cuando su presencia se hace relevante.  Los ojos que no habitan mi semblante codician la luz de estos días que avanzan otoñales, cargándose de noche en la retaguardia del día;  ambicionan respirar ese verde desasosegado por los vientos que conmueven los sentidos;  con clara alma me acerco a los charcos ensombrecidos que proyectan árboles que se mantienen inmóviles a pesar de la corriente que domina.  Días, que os alzáis como pinos, que adormecéis la luz de la tarde en el tronco y perdéis la cosecha de vuestras horas, dadme el vigor de lo perenne, aquella luz, que si bien se me otorgaba imperecedera e ignoré perdiéndola, ahora busco afanoso a sabiendas de su brevedad.

                 Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)

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