Desde el silencio contemplado, de hueso y nardo transformado, llega a los espacios la luz descendente, la luz de horizonte desnudo, de resplandor alojado en la cuenca del ojo, vertiente de suspiro entrecortado en la garganta agitada, en el pecho nutrido de aire y posesión, aliento sostenido por la quietud, vuelo que se alza en la manera de vivir en las alturas.  Cautiva el matiz verde del mar, su generosa elegancia de mantel puesto, que aguarda comensales.  Propinas que da el día porque en el bolsillo del firmamento hay agujeros.  Qué pequeños y breves somos bajo el compás del mediodía, en esta secuencia de brisa de desenlace.  Quieren los sentidos enraizar en el instante, establecer el campamento, que sus ejércitos sean sustrato del sosiego, alcanzar el silbo,, la circunferencia, el pozo sin abismo de pretil incierto.  Parece prolongarse el regocijo, auparse sobre el hombro de la circunstancia;  ensanchemos el momento, que nada expire y bailemos este son de claridad.

Texto y Fotos: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo).

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