Qué venturoso mediodía de cuya calma se precipita un vaho que acuna y modera los sentidos que, en la altura del cielo, se enaltecen, casi nubes, traspasados por la luz y la dicha; mientras un aire verde, venido del mar, inclina los pinos azules y entra en mi ser como agua nueva que estuviera secretamente escondida esperando ser desatada. Y con qué insistencia se magnifica la cigarra, omnipresente, entre sombras y luces que alfombran la pinada. Alguna acalla su canto a mi paso como si reverenciara la huella desconocida que plasmo en la arena. Y son así los sonidos que me acompañan como una vela encendida que prospera en la singladura y tránsito hacia la tarde. La umbría florece y convida al presente para que se estacione y viva la virtud de estar bajo un árbol avivando la hora en que las aves van de rama en rama acomodando su ser a la nueva estancia del día. Pertenecemos a este humus detenido que nos vio crecer y ahora nos da su acogida. Sobre esta duna se plantó la esperanza que detuvo el movimiento. Una lengua de arena pretendió soterrar lo que la luz más amaba, y llegó el hombre que plantó pinos como si fueran estrellas esparcidas en el firmamento, deteniendo la embestida adversa. Qué promontorio de inmóvil serenidad, hallazgo para el náufrago que no tiene botella, para el ave que sus alas caen rendidas ante un sol espartano. Corteza, de pino quiero ser corteza, para sentir el flujo interno de su crecimiento, de la mano del cielo y las estaciones.
Texto y Foto: José Luis Navarro Vallejo (@sesgo)